Entrenando en vacaciones (y sobreviviendo a los perros)

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Foto: running.es

Todos los años las vacaciones me pillan en medio del entrenamiento para la Maratón de Santiago y todos los años inocentemente me vuelvo a emocionar por la posibilidad de entrenar en un lugar distinto, mucho más cercano a la naturaleza que la archiconocida ruta urbana de todos los días. Sin embargo todos los años se me olvida un detalle clave, los perros… ahh los queridos perros, el mejor amigo del hombre y el peor enemigo del corredor (cuando no son propios obviamente).

Ya sea en los caminos rurales del sur o los del litoral central, por más detallista que sea escogiendo la ruta, midiéndola cuidadosamente en Google Earth y recorriéndola previamente en auto, siempre me termino encontrando con uno o varios perros. Y para peor no son perros callejeros cualquiera, con todo el respeto que se merecen los quiltros de toda la vida, sino que son perros de campo, para los que un corredor es una amenaza desconocida de colores llamativos de la que hay que defenderse a como de lugar.

Hasta la fecha ya son 4 veranos en los que he logrado salir de una pieza de varios encuentros cercanos con voraces canes, y las técnicas que me han resultado mejor son 3, todas partiendo obviamente por desacelerar el paso y no intentar arrancar corriendo. La primera es amenazar con la clásica y casi infalible piedra imaginaria (de verdad funciona casi todas las veces!), la segunda es más incomoda ya que implica correr gran parte del circuito con un palo o piedra en la mano y solo la uso cuando me encuentro con uno o varios perros al inicio de una ruta y a la vuelta estoy obligado a volver a enfrentarlos. Finalmente la última opción es la que uso cuando me siento realmente en peligro, la descubrí cuando hace un par de años me enfrenté a varios perros guardianes, al pasar por fuera de un campo cerca de Pucón, y me quede sin piedras y palos que tirar; un fuerte grito directo al perro líder (siempre hay uno) que esa vez me salió del fondo del alma, usando todo el aire que me quedaba en el pecho. En esa oportunidad realmente me salvó y la he vuelto a usar dos veces más.

Obviamente que repetir una ruta de entrenamiento en la que me haya tenido que enfrentar a algún perro no es la idea más inteligente del mundo, así que todo el trabajo de planificación previo termina yéndose a la punta del cerro y al otro día no queda otra que salir bien temprano en auto hacia la ruta rural pavimentada más cercana. Ojalá una ruta secundaria con una berma ancha, en la que reemplazo el peligro de encontrarme con perros por el peligro que significa correr tan cerca de autos y camiones circulando a gran velocidad. En estos casos obviamente tomo algunas precauciones de seguridad mínimas; como correr siempre en contra del sentido del tránsito, lo más temprano posible para evitar horas de mayor flujo y con la polera más flúor que tenga.

Este verano no ha sido la excepción y ya llevo 4 días corriendo por la berma, luego de enfrentar a varios quiltros campestres poco amistosos el primer día. Sin embargo tuve la suerte de encontrar una larga ruta secundaria con una berma decente y varias cuestas bastante desafiantes, que me van a ayudar a complementar el trabajo de fuerza de piernas, que debo confesar me ha resultado difícil (por no decir imposible) de mantener en vacaciones.

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