Mis comienzos en el Trail Running

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Nuestro columnista Matías Grimberg nos cuenta cómo comenzó en el trail running.

03 de Junio de 2007. Las Condes.  Eran casi las 8 de la mañana e iba a dar comienzo mi primera carrera de montaña. 14 kilómetros por los cerros aledaños al Estadio San Carlos de Apoquindo. La mañana era fría y el sol asomaba tímidamente por las cumbres. Cerca de 700 corredores y corredoras llegaron ese día; mucho menos que hoy en día, ya que el trail no gozaba de la popularidad actual en nuestro país.

Quedaban algunos minutos para el comienzo de la carrera y seguía en mi empeño de calentar los músculos de las piernas antes del inicio. La tarea era difícil, ya que hacía harto frío. Polera del evento, short, zapatillas y gorro de lana sintética. Estaba listo. Sólo faltaba el bocinazo y todo sería correr.

El comienzo fue un poco lento, pero a medida que se abría la calle la velocidad aumentaba. Claro que como buena carrera de montaña, ésta no tomo ritmo hasta la subida. Tierra húmeda, piedras y especies del bosque esclerófilo nos recibían. Fue ahí donde comencé a dejar a corredores y corredoras detrás. Zancada corta, braceo fuerte y ritmo constante. Las piernas quemaban. Era una sensación que disfrutaba. En esos momentos recordé todas las subidas en MTB que había hecho. Si bien no me preparé corriendo en cerro, si me prepararon mis salidas en bicicleta de montaña. La misma sensación de piernas quemadas. El mismo jadeo casi agónico en subida. Esto era una corrida, pero lo sentía de la misma manera que si subiera en bicicleta. La subida seguía y parecía que no tuviera final. La ruta se volvía cada vez más húmeda. Aparecían grandes Litres, Peumos y Quillayes, que me asombraban y me hacían olvidar la carrera por unos instantes. La pendiente se volvió menos dura. Llegábamos al punto más alto de la ruta. Manchones de nieve se dejaban ver a través del bosque. Fue una sensación de libertad y alegría la que me llenó en ese momento. Me sentí ligero. Ahora venía la segunda parte de la carrera.

La bajada era rápida, no muy técnica, pero si con hartas piedras y desniveles, por lo que había que calcular bien donde se dejaban caer los pies. A todo ritmo me lancé por el sendero. Es una experiencia des-estresante bajar a toda velocidad por un sendero rodeado de árboles, arbustos y herbáceas. Es como ir huyendo de algún peligro y no mirar atrás. Es como volver miles de años atrás y conectarse con nuestros ancestros que hacían lo mismo, pero para sobrevivir. Recuerdo que me sobrepasaron varios corredores. Claro, la bicicleta de montaña no me preparó para bajar corriendo y para todo el impacto que reciben las piernas. A lo lejos se ve el término de la tierra. Un viraje a la izquierda y se ve la meta. Ahora sólo queda apretar y aguantar. Últimos metros y esta genial experiencia termina. Después de correr lo único en que pensaba era tumbarme, reponer líquido y comer mucha fruta.

Mi primera carrera de montaña llegaba a su fin. Y de seguro no sería la última. Han pasado ocho años y aún recuerdo cada momento de esa carrera como si hubiera sido ayer. Ocho años en que la montaña me ha entregado vivencias asombrosas. Ocho años en que he aprendido muchas cosas de la vida. Siempre vuelvo a la montaña por más. Espero algún día devolverle a la montaña una pizca de lo que me ha entregado.