Soy maratonista: la experiencia sobre cómo corrí mis primeros 42 km

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Mi nombre es Alejandra, tengo 30 años y hace una semana corrí mi primera maratón.

Escribo esta columna todavía emocionada y tratando de ordenar las ideas. Se siente tan lejano ese martes hace tres meses cuando me llegó la invitación y dije “ok” sin pensarlo mucho. Le había hecho el quite por años y había incluso dicho que los maratonistas eran unos locos que no tenían ningún respeto por sus rodillas. Simplemente no me veía corriendo una maratón y cada vez más interesada en las pesas, sentía que me alejaba de alguna vez alcanzar esa meta.

No puedo contar lo que fue ese día sin hablar de los meses de preparación. Sabía que si quería lograrlo, tenía que cambiar toda mi rutina de entrenamiento y seguir un plan progresivo de kilómetros, cuidar mi musculatura y alimentación. Anoté todos los entrenamientos en mi agenda del celular para así no fallar y organizarme bien, priorizando siempre los “largos” para el fin de semana y cuidando de no sobrecargar. Si bien me permití cierta flexibilidad para cambiar algunos días, me preocupé de establecer mi ritmo de maratón (5:35 min/km) y mantenerlo con ayuda del smartwatch, ir más lento cuando tenía que hacerlo y mentalizarme en cada carrera larga de que tenía que disfrutarlo y enfocarme en terminarla.

Conforme fueron avanzando los días y semanas, empecé a ganar confianza, bajó la ansiedad inicial, fui algunas veces a nadar para descansar las piernas y sin darme cuenta estaba a solo un mes. Uno de los puntos más difíciles sin duda fue el entrenamiento de 32 kilómetros, porque efectivamente a los 28 k la cabeza me jugó un mala pasada, el dolor se apoderó de mi juicio y comencé a cuestionarme si lo estaba haciendo bien. Luego me dijeron “así serán los últimos 10 km” y si bien me asusté al principio, confié en que la adrenalina de ese día me haría olvidar las molestias.

La maratón que corrí se llama Milton Keynes Weekend Marathon, es un evento que lleva ocho ediciones y que se caracteriza por ser una de las mejores de Inglaterra. Es verdad que tenía una ventaja a mi favor: la pendiente no sería como la de Santiago y otra cosa que me ayudó fue que la largada era a las 10 am. Siempre me ha pasado en carreras en Chile que como hay que madrugar, el día anterior duermo muy mal y me pongo nerviosa. Dicho y hecho, los días previos dormí y descansé muy bien, no había angustia y ya solo quería realmente que fuera.

La organización acá es distinta, no corren todos uniformados con una sola polera y si te inscribes con tiempo, te mandan el número a la casa (no hay expo). Ese día llegamos temprano, dejamos nuestras cosas en guardarropía y calentamos un poquito para entrenar en calor. Estaba tranquila, estaba corriendo sin celular, la temperatura era de 11 grados, mi reloj estaba cargado y solo quedaba que dieran la largada. Siendo las 10 en punto anunciaron el comienzo y la gente empezó a moverse: había llegado la hora, no había vuelta atrás.

Son cientos las cosas que pasaron por mi cabeza, dediqué cada kilómetro a mi familia, mis amigos, mi matrimonio y a mí misma. Eso fue lo que me mantuvo enfocada y concentrada en mi plan, que era terminar la carrera, no saltarme ningún punto de hidratación, tomar los geles (que fueron tres en total: a las 12 k, 24 k y 32 k) y mantener el ritmo. Los últimos 10 fueron lo más dificiles, pero no  enfrenté el muro, de alguna forma supe que iba a terminarla y ver cómo a mi alrededor los corredores paraban y yo seguía me hacía quererlo aún más. La gente me animaba y la emoción de estar lográndolo se apoderaba de mí.

Cuando ví el estadio y me dí cuenta que el final estaba cerca, la alegría y adrenalina de estar por alcanzar mi objetivo me dio una energía extra que hizo que el último kilómetro fuera el más rápido (5:03 min/km). Entré al estadio, dí la vuelta y no pude contener más las lágrimas al cruzar la meta. Lo había conseguido y podía decir con orgullo: soy maratonista.