Desafío LSE: Altos de Lircay 2016 / 28k

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Día sábado 26 de Noviembre; 6 am y tomamos el taxi en dirección al terminal de Talca. Eran las 6:15 y estábamos casi solos en el andén. El cielo comienza a aclarar. Sólo esperábamos que llegara luego el bus que nos llevaría a Vilches Alto, lugar de la carrera.

Con mi amigo grone no dormimos mucho la noche anterior, por lo que estábamos cansados y con sueño. Antes de que llegara el bus se nos unieron 2 amigos más: la Ale y el Polo. Llegó el bus y nos fuimos a los últimos asientos a buscar tranquilidad para dormir. El destino no lo quiso, y llenó el bus de niños scout. Todo el viaje fue un caos. Pero nos entretuvimos mucho con lo que hablaban.

Llegamos a destino y el aire fresco inundaba los pulmones. Esa humedad sureña, que tanto me gusta, rodeaba todo el cuerpo. Se veían corredores calentando, cambiándose de ropa, conversando. Los 42K ya habían partido hace 1h y media. El ambiente era espectacular. Estábamos a 20 minutos del comienzo y ni siquiera nos habíamos cambiado. Partimos al bosque y como pudimos nos cambiamos. Conseguimos agua para las botellas y algo de comer. No alcanzamos ni a calentar y dieron la salida. “Los primeros kms son para calentar” escuché, y salí disparado.

Los primeros 5 kms eran un camino de tierra ancho, con muchas piedras y bosques a ambos lados; con inmensos coihues y robles Hualle. Las primeras rampas eran duras, pero completamente corribles. Acá pasé a mucha gente (ya que partimos juntos los de 28 y 20K). Me dije que disfrutaría la carrera pero algo no me dejó correr relajado. Me pegué a 2 corredores. Llevaban un buen ritmo, así que los seguí. Llegado al primer avituallamiento (km 5) me quedé “solo” ya que los 2 corredores a los que seguía estaban corriendo los 20K y seguían derecho; los 28K tomábamos un sendero a la derecha que subía a la montaña. En este punto comenzó la verdadera carrera.

Una subida constante de 4 kms que no dejaba correr. Había que aplicar caminata rápida y mantenida para que la pendiente no te dejara cortado en medio del sendero. Este tramo me vino como anillo al dedo, ya que la semana anterior estuve subiendo cerros de pendientes imposibles casi todos los días. Mientras más dura la pendiente, más lo disfrutaba. A medida que subíamos, el bosque cambiaba. Los grandes coihues y robles dieron paso a bosquetes de lengas. Superando los 2.000 msnm, ya no crecían árboles ni arbustos. Acá dominaban las herbáceas y rocas. Eran sectores cubiertos de nieve casi todo el año, excepto en verano. La pendiente ya no era un problema, si lo era el viento. Fue en este punto donde agradecí haber salido con primera capa y con polera manga larga. El viento no dio tregua en toda esta parte de la carrera, sólo las vistas al macizo cordillerano aplacaban el feroz frío que azotaba en las cimas. A estas alturas iba corriendo completamente solo, por lo que iba muy pendiente de las cintas que marcaban la ruta. En un momento las marcas se alejaban del sendero, lo que me hizo dudar. La carrera seguía por un lugar en el que no había sendero. Todo eran rocas, cruces de riachuelos y más rocas. La ruta subía nuevamente y el viento pegaba más fuerte que nunca, sólo quedaba correr como fuera para no enfriarse. Luego comenzó la bajada.

Al principio era bajada suave, pero con muchas rocas y piedras. Había que estar muy atento al terreno, y precisamente, en un momento me distraje. Resultado: como dice el dicho, me fui de hocico al suelo; literalmente. Llegué a comer tierra. Me enojé por unos segundos, lancé un alarido y seguí mi rumbo. Unos cientos de metros más adelante comenzaba la bajada más pronunciada. Se retomaba el sendero, pero no por eso sería más fácil. Era una brutalidad. Una bajada muy técnica y peligrosa, había que estar 100% concentrado en dónde pisábamos. Exigía mucho, ya que había que controlar la fuerza de bajada en todo momento. Poco a poco la temperatura subía, y los árboles volvían a poblar el paisaje. Rocas y más rocas seguían apareciendo por todos lados. Muchas veces tropecé y estuve a punto de caer. Luego de varios minutos bajando llegué al segundo avituallamiento. Era el kilómetro 17 (ya que había visto el mapa de carrera) y no quería ni pensarlo, ya que restaban 11 kilómetros. Rellenaron mi botella y salí disparado por el bosque de coihues. La pendiente ya no era tan favorable, y casi todo este tramo (de 6 kms) era llano, con pequeños repechos. Iba corriendo con piloto automático. Estando solo es difícil llevar un buen ritmo. Sin previo aviso, me alcanzan 2 corredores y me sobrepasan. En ese momento me volví a activar y mis piernas respondieron. Aumenté el ritmo y traté de seguirlos, aunque de todas formas se perdieron a lo lejos con el paso de los minutos.

Llegué al último avituallamiento (que estaba en la bifurcación del kilómetro 5), y paré a tomar un vaso de agua y algo de plátano. Retomábamos el camino de los primeros kilómetros. Quedaban tan sólo 5 kms. Quedaba un continuo sube y baja, con muchas piedras y pasos de riachuelos. Las fuerzas iban justas. Después de 25 kms de carrera, lo único que pensaba era en escuchar la música de la meta, pero sólo escuchaba aves. La bajada estaba maltratando mucho los pies y piernas. No podía hacer nada más que apretar los dientes y seguir cerro abajo. Los minutos corrían y el camino se hacía interminable. Quedando alrededor de 1 km, un niño al lado del camino estira su brazo con la mano abierta y sin pensarlo le doy un chócale; en ese momento me grita “tú puedes”, y la mamá le dice “ah, eso estabas esperando”. Me puse más feliz que no sé qué. Son pequeños momentos que hacen grande estas vivencias.

Cuando el dolor se estaba haciendo casi insoportable, divisé la meta. Fue un momento de alegría y agradecimiento por haber vivido tanto en esos 28 kms. Fue una carrera espectacular. La organización estuvo impecable. Nada que decir. Carreras como Lircay dan gusto correrlas. El 2017 volveré. Se las recomiendo a todos los amantes del trail running.

Foto: Facebook Latitud Sur Expedition.