Hacia los bosques de Cerro Quinchol

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Parque Nacional Huerquehue. Febrero de 2016. Era casi medio día y había dejado de llover. Me despedí de mi compañera, salí de la carpa y tomé un sorbo de agua antes de partir. Mientras ella leía a Scott Jurek  (Correr, Comer, Vivir), yo seguiría sus pasos. Lentamente la zona de camping quedó atrás. Iba solo por el camino. Algunas personas aparecían mientras seguía avanzando hacía el desafío que me convocaba ese día: el sendero hacia “Cerro Quinchol”. Una subida de 600 metros en 3,2 kilómetros.

Con apenas 1 km recorrido, empezó la subida. Al principio iba con una zancada amplia y fuerte. Pasados algunos cientos de metros tuve que acortarla y dosificar el ritmo, ya que la pendiente era cada vez mayor. Ya estaba sudando, a pesar de lo frío del día.  Cada zancada era un gran esfuerzo, pero a cada lado del sendero hay sólo naturaleza. Grandes árboles, flores, troncos caídos, pasto, piedras, insectos y alguna que otra ave. En un momento me topé de golpe con una familia que andaba recorriendo el sendero. Los saludé y seguí hacia arriba. La respiración iba a tope. Mis latidos iban en armonía con el entorno.

Casi a mitad de la subida me encontré saltando y esquivando rocas que estaban en medio del sendero. Fue en eso que un guardaparque me habla. “No puedes seguir, ya es muy tarde para la travesía a San Sebastián”. “Voy a Quinchol y vuelvo” le dije. Y continué. El sendero se volvía cada vez más empinado. Fue en ese momento que me dejé llevar por la canción que sonaba en mi celular. “III. Raised Expectations” de AVIATIONS. Al compás de ese tema el paisaje empezó a cambiar. Estaba más alto, y los arbustos fueron desapareciendo, para dar paso a pequeñas araucarias y a medianos coihues. El leve rocío se convirtió en una espesa lluvia. Sin duda alguna, estaba llegando a la pampa de Cerro Quinchol.

La pendiente era más suave. Unos minutos más tarde ya no dominaba la espesa vegetación de la subida. Ahora el sendero se abría paso entre grandes araucarias y coihues. El coirón dominaba el suelo, que ahora era mayormente arenisca. Mis pies se empaparon al instante, con el agua acumulada en los coirones. La lluvia y el fuerte viento me hicieron sentir lo que es el sur de Chile: Espesos bosques y mucha agua! Seguí el sendero que rodea la Pampa Quinchol y de un momento a otro, perdí el rastro. Disminuí el ritmo hasta detenerme. Me devolví varios metros y agarré el sendero nuevamente. Unos minutos más tarde me encontré corriendo por un lugar por el que no había pasado. Estaba perdido en otro sendero. Me volví, y llegué al mismo lugar en el que empecé la vuelta a la Pampa Quinchol. Fue una sensación rara, como si el bosque hubiera querido que me quedara ahí.

Emprendí el regreso por donde había subido. Ahora era todo de bajada. Ya cansado por los kilómetros extra corriendo y por la lluvia cada vez más fuerte. La bajada era lo más difícil. Con una zancada corta, para minimizar el impacto y muy atento, para evitar piedras y caídas, me lancé al descenso. Todo fue rápido. Unos minutos y ya estaba en el camino hacia el camping. Algo adolorido, pero bien. Llegué a la carpa y vi el lago a unos metros. Hacía frío, pero el agua estaba tibia. Así que con todo puesto, me tiré. Sin duda, lo mejor para soltar las piernas y para recuperar. Después a cocinar, comer y descansar.

Por la tarde, mientras tomaba una taza de té verde, y el sol se reflejaba en el Lago Tinquilco y comenzaba a esconderse detrás de las montañas, vinieron muchos pensamientos a mi mente. El trail era una puerta de entrada a la naturaleza y todos sus misterios. Era salir de la zona de confort y poner a prueba los límites, miedos, sueños y habilidades. Era conocer de dónde venimos. Era dar un paso más en la escuela de vida.

1 Comentario

  1. Buena aventura Maty, sin duda fuiste acompañado de la lechuza que te oriento en la perdida de rumbo. Espero algún día recorrer esos senderos. Un saludo colega.

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