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Unos especiales 21K en el adidas Maratón Internacional de Viña del mar2017

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La Maratón de Viña se ha transformado en una carrera súper especial para mí por tres razones; la primera es porque soy viñamarino, e independiente de haberme iniciado como corredor apasionado en Santiago, todos mis recuerdos de los primeros trotes de la infancia y los incipientes intentos de entrenamiento de la adolescencia son por las mismas avenidas costeras que recorre la carrera. La segunda es porque tengo una doble espina clavada con ella, debido a que las dos veces que he corrido sus 42.195 no he logrado cumplir mis objetivos; el 2014 estaba todo dado para bajar las 3 horas y veinte minutos y me fundí completamente al llegar a la rotonda de Concón, y el 2016 me vi en la obligación de retirarme en el kilómetro 25 debido a una molesta contractura en los gemelos, para evitar poner en riesgo mi participación en la maratón de Nueva York al mes siguiente. Y la tercera y más importante de las razones, y que me motiva a escribir esta columna luego de varios meses desconectado, es que en esta versión de Viña mi señora Isabel tuvo su primera experiencia corriendo largas distancias y tuve el privilegio de acompañarla y apoyarla en todo momento.

Todo comenzó hace varios meses, cuando se abrieron las inscripciones para la versión 2017 y como todos los años me preparaba a inscribirme en la madre de las distancias. Estaba a punto de terminar mi inscripción cuando recordé que Isa había comentado que tenía ganas de correr los 21K este año, por lo tanto puse en espera lo que estaba haciendo y fui a preguntarle si lo había dicho en serio. Luego de pensarlo unos segundos me dijo que si, que tenía ganas de lanzarse, que creía que necesitaba probarse luego de acumular varios 10K en el cuerpo e intentar comenzar a comprender cual era esa magia que me hacía levantarme de madrugada a entrenar casi todos los días. Le pregunté si prefería que la esperara en la meta o que corriéramos juntos y sin dudarlo me dijo que quería que la acompañara. Dicho y hecho, volví al computador, cancele mi inscripción y la inscribí a ella para sus primeros (ojalá de muchos) 21K.

Los meses pasaron volando y rápidamente llegó Octubre, los entrenamientos tuvieron sus altos y bajos pero el objetivo seguía ahí, inamovible, había que llegar a la meta sí o sí. Los nervios no la dejaban dormir tranquila y los últimos días se alargaban y parecían eternos, hasta que llegó la madrugada del domingo y ya no había vuelta atrás. Todo indicaba que sería un gran día; dormimos muy bien, la lluvia había parado la tarde anterior, las nubes dejaron paso a las estrellas y la tan infinitamente caótica logística familiar resultó a la perfección; los niños no se despertaron con nosotros y siguieron tranquilamente dormidos con la abuela. Un buen desayuno y al auto.

Llegamos con tiempo de sobra a la partida y como siempre, la organización de Viña no arruga. Todo eficientemente ordenado y operativo en el angosto espacio de la costanera de Reñaca. Pasamos rápidamente al baño y esperamos a nuestro amigo Rodolfo, al que al igual que a Isa le quemaban las piernas por comenzar a correr sus primeros 21. Un par de fotos y a encajonarse, sin darnos casi cuenta suena puntualmente el cañonazo de la partida (bien por eso Viña) y nos despedimos de nuestro amigo, que correría su propia y excelente carrera. Le doy mi mano a Isa y cruzamos juntos la partida.

La primera mitad fluye casi sin problemas y mantenemos el ritmo dentro de lo planificado. La idea era evitar acelerar demasiado aprovechando la cota favorable y pensar a largo plazo; esos mismos falsos planos a favor y las bajadas que nos invitan a aumentar el ritmo en la ida nos van a comer las piernas en la vuelta. Todo esto a partir de mi propia dolorosa experiencia en Viña, una carrera que en sus tres distancias es de idas y vueltas, con una seductora primera mitad que te invita a acelerar y a soñar con récords personales, que se esfuman rápidamente en una segunda mitad que inesperadamente deja de sonreírte y pareciese volverse inalcanzable.

Tal cual, la segunda mitad se va volviendo lentamente interminable y el animo de Isa comienza a flaquear, me imagino como debe haber sentido que sus piernas iban quedando sin fuerza, que los kilómetros se volvían eternos y la meta inimaginable. Sin embargo no se detuvo, se que estuvo a punto de hacerlo en varias oportunidades pero no se rindió, y juntos logramos seguir avanzando. Así dejamos atrás la eternidad de las rectas y falsos planos de Av. San Martín y Las Salinas, enfrentando las curvas de Av. Borgoño, intentando vislumbrar sin éxito la playa de Reñaca en la lejanía. Estaba claro que ya no podía más y aún faltaba la última subida antes de comenzar a bajar hacia la playa, le pedí que no levantara la vista y corriera mirando el suelo, que solo se concentrara en correr y no detenerse y así lo hizo. Cuando llegamos a la parte alta, dominando toda la playa de Reñaca le dije que levantara la vista, y las emociones comenzaron a fluir a borbotones, la tarea estaba casi hecha y la meta, inimaginable en algún momento, se podía sentir en el aire.

Solo faltaba el último tramo, recorriendo el pequeño centro de Reñaca con el apoyo del público y los corredores que circulaban por las veredas. Isa ya no tenía fuerzas pero eso no importaba, el corazón la guiaba en esos últimos metros con las lágrimas corriendo por sus mejillas y yo a su lado repitiendo infinitamente “ya lo hiciste, lo lograste!”. Doblamos hacia la izquierda y volvemos a ver el mar, que había quedado escondido por los pequeños edificios de la calle principal de Reñaca, y vemos la meta, ahí casi al alcance de la mano y también a nuestro amigo Rodolfo con su familia, que nos esperaban listos para acompañarnos en la recta final. Y sucede algo que los corredores de fondo hemos visto y vivido en tantas oportunidades, lo que hace a este deporte tan emocionante y único; Isa comienza a acelerar inesperadamente, empujada por las emociones que inundan su cara y sacando fuerzas desde lo más profundo de su ser, demostrando que los límites solo existen para ser superados y que con fuerza de voluntad no existen los imposibles. Es tan inesperado que incluso me cuesta alcanzarla, para entrar juntos a la meta de la mano tal como iniciamos esta aventura, que sin duda alguna solo es la primera de muchas.

Viña, prepárate, nos vemos el próximo año.

 

 

 

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